La cooperación y la confianza como base de las organizaciones
La cooperación es un aspecto distintivo del ser humano y causa eficiente de su evolución. Es patente que la humanidad no habría alcanzado sus actuales cotas de progreso sin la permanente disposición del individuo a colaborar con otros para alcanzar sus fines.
En ocasiones, este esfuerzo colectivo ha sido desarrollado en términos de desigualdad, mediante el sometimiento forzado y la explotación de unos en beneficio de otros, caso de la esclavitud. Sin embargo, otras veces se ha vertebrado mediante fórmulas de verdadera cooperación, esto es, buscando el beneficio del grupo por encima del interés individual, como suele ocurrir en el seno de las familias. Una cooperación susceptible de llegar al extremo cuando dicho bien colectivo se acepta incluso en propio perjuicio, caso de quien da la vida por una causa que cree justa.
En el ámbito de las organizaciones empresariales, frente a modelos ya superados en los que la maximización del beneficio se justifica a cualquier precio, las empresas suelen basar su actividad en patrones colaborativos, según los cuales todos los agentes de la relación trabajan, desde su posición, por el cumplimiento de unos objetivos comunes. Un modelo que hace compatible la generación de un beneficio, justa retribución del empresario por la inversión realizada y el riesgo asumido, con la obtención por parte de empleados y colaboradores de unos ingresos adecuados como contraprestación por su trabajo.
Para hacer posible que esta cooperación sea leal y fructífera, se hace preciso superar la natural tendencia oportunista de los diferentes actores que participan en la relación cooperativa dentro de la empresa. Según la teoría de agencia, los individuos que se relacionan contractualmente en el ámbito empresarial se mueven, sobre todo, por la expectativa de poder maximizar sus utilidades individuales. Esta premisa propicia que el comportamiento individual se oriente a la maximización de la propia utilidad.
Con todo, quien esto escribe no renuncia a confiar en la persona, y a creer que ésta no actúa, en relación con los demás, sujeto a meros principios utilitaristas y oportunistas. No lo hacen así, a modo de ejemplo, quienes, disponiendo de un capital para invertir y obtener réditos, fundan una entidad sin ánimo de lucro para perseguir un ideal en beneficio de los demás.
Igualmente cabría argumentar, contra quienes defienden que el individuo opera en todo momento desde una posición oportunista y actuando en provecho propio, el testimonio de cuantos empresarios, héroes anónimos, que en tiempos de crisis renunciaron a liquidar su negocio y a minimizar con ello sus pérdidas, para, con sacrificio de su patrimonio personal, preservar el trabajo de sus empleados; o el de aquellos trabajadores que, en esas mismas circunstancias y con enorme sacrificio, aceptaron dejar de percibir íntegramente sus salarios y seguir produciendo en espera de que vinieran tiempos mejores.
Podríamos concluir con ello que, en las empresas, no solo es posible, sino necesario, conseguir una auténtica cooperación leal y de confianza que trascienda de la mera relación utilitarista y conmutativa entre los actores. Si las relaciones en el seno de las empresas se rigen únicamente por el principio de equivalencia del valor de intercambio (servicio-salario), no llegará nunca a producirse la imprescindible cohesión interna capaz de propiciar su correcto funcionamiento y desarrollo.
Para ello será preciso promover ad intra fórmulas de cooperación basadas en la solidaridad y en la confianza recíproca entre quienes conforman la organización, como medio para cumplir plenamente con su función productiva. Aspectos que deberán hacerse extensivos a los flujos relacionales con los clientes y con la comunidad en la que ésta se integra y con la que interactúa.