Nuevos retos y oportunidades para la Educación Superior
El pasado mes de abril tuvo lugar en Tallín (Estonia) la Conferencia Anual de la European Association of Institutions in Higher Education (EURASHE), entidad integrante del Committee for Educational Policy Practice del Consejo de Europa y miembro, con la Comisión Europea, del grupo de seguimiento del Plan de Bolonia (BFUG).
En dicho evento internacional se identificaron los principales retos a los que se enfrentarán nuestras universidades en un futuro que se nos antoja plagado de incertidumbres y cada vez más próximo. Expertos internacionales de primer nivel discutieron sobre los drivers de trasformación de la Educación Superior en Europa más allá del 2020, como paso preliminar a la celebración de la Conferencia Ministerial que tendrá lugar en París a finales de mayo, y que contará con la participación de los Ministros de Educación de los 48 países integrantes del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y los representantes del sector (universidades, agencias de calidad y estudiantes) organizados en el E4 (EURASHE, EUA, ESU, ENQA).
De entre los retos abordados en dicho encuentro, destacan los relativos a la digitalización en la Educación Superior, la cooperación universidad-empresa, y la promoción de los valores que sostienen nuestro régimen de libertades y convivencia en Europa.
Respecto al primero de los asuntos referidos, como ya he tenido la oportunidad de comentar en anteriores aportaciones, no cabe duda de que el fenómeno de la digitalización de programas y servicios educativos se ha convertido en un aspecto nuclear para la Educación Superior. Las universidades deben ser capaces de implementar patrones de trabajo más flexibles y dinámicos, hacer frente a las nuevas cualificaciones 4.0, y adaptar los procesos de enseñanza y aprendizaje a los nuevos requerimientos y recursos de la sociedad de la información. Eso sí, preservando cuanto de positivo generan los tradicionales modelos de enseñanza presencial en lo relativo al contacto directo profesor-alumno y a la socialización del estudiante en un ambiente de sana y enriquecedora vida universitaria, no meramente remota o digital.
De otro lado, el fortalecimiento de una Educación Superior orientada al mundo del trabajo y a la capacitación profesional (Professional Higher Education), frente a las orientaciones exclusivamente academicistas o fundamentales, está propiciando que el discurso universitario se enfoque de forma cada vez más decidida hacia la empleabilidad, la capacitación de las destrezas demandadas por el mercado y la transferencia real y eficiente del conocimiento. El sector tiene que comprometerse cada vez más con el mundo del trabajo y con su integración efectiva en la comunidad, dando respuesta a las necesidades formativas y de empleabilidad de una población estudiantil cada vez más diversa.
Es esencial que la universidad, preservando su función generadora y transmisora de saber en todas las áreas del conocimiento, y muy especialmente en el campo de las humanidades, dé un impulso determinante por favorecer la cooperación con el mundo de la empresa, la empleabilidad y el desarrollo profesional y personal de los estudiantes.
Todo ello con una clara orientación hacia el desarrollo regional. Las universidades como motor de generación de desarrollo de la sociedad en la que se integra y a la que se debe. Finalmente, será necesario el transversal y decidido apoyo de la Educación Superior al desarrollo de la persona en toda su integridad, preparándola para la ciudadanía activa y la democracia, garante del régimen de libertades y del estado de bienestar del que disfrutamos en Europa.