Viernes Santo

viernes-santo-1024x680Hermandad del Santo Entierro

El gentío, que apenas unos días antes aclamaba a Jesús, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de Jesús fuera liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía la culminación del anonadamiento de Jesús. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de Dios potente e invencible. Jesús, en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio. Jesús se ha humillado por nosotros, viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Os invito este día a mirar a menudo esta «cátedra de Dios», para aprender del amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Dirijamos a Él nuestra mirada, pidamos la gracia de entender al menos un poco este misterio de su anonadamiento por nosotros. Y, así, en silencio, contemplemos el Misterio (20-03-2016)

Papa Francisco

(El Evangelio de 2018 con el Papa Francisco, José A. Martínez Puche, ed. EDIBESA)