El genio femenino, la dignidad de la mujer
Confieso que fui educada en los valores de la igualdad entre el hombre y la mujer y que, tanto en mi vida académica como profesional, nunca viví situaciones de discriminación por ser mujer.
Trabajo en una Institución donde muchos de los puestos de dirección y gestión están ocupados por mujeres y educo a mis hijos en los valores del respeto a la dignidad del ser humano, por tanto, en su igualdad.
Aún recuerdo cuando en 1995, un 29 de junio –solemnidad de los santos Pedro y Pablo-, aún estando en la Universidad estudiando mi licenciatura, nuestro querido Juan Pablo II, dedicó a las mujeres del mundo entero una preciosa carta, que contenía un profundo e inmenso agradecimiento a cada mujer por lo que representan en la vida de la humanidad.
Y esa carta decía, entre otras, estas hermosas palabras:
“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.
Por eso comparto, con el Santo Padre, mi admiración hacia las mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales, económicos y políticos. Y tengo en cuenta no sólo a las mujeres importantes y famosas del pasado o las contemporáneas -maestras, juristas, médicas, científicas, artistas, economistas, escritoras, reinas, directoras, ingenieras, cocineras-, sino también a las sencillas, que expresan su talento femenino en el servicio de los demás en el día a día, en su hogar, en su trabajo, en su vida en sociedad.