La cooperación universidad-empresa (III)
Si mi anterior aportación sobre este asunto de la cooperación universidad-empresa finalizaba valorando la creciente existencia de iniciativas facilitadoras de la interacción entre ambos agentes, no quisiera finalizar esta trilogía sin hacer mención a los modelos de liderazgo existentes en dicha relación cooperativa.
Dentro del Espacio Europeo de Educación Superior, el modelo referente de cooperación universidad-empresa es el alemán. En este sistema, el predominio de la relación está claramente en mano de las empresas, que son las que marcan las pautas y los requerimientos propios de la relación con las universidades.
En este modelo, las universidades se esfuerzan por generar relaciones estables con las empresas, tratando de satisfacerlas y de fidelizarlas, como si de clientes se trataran. Las universidades incluso compiten entre ellas para captar a las mejores empresas, aplicando para ello metodologías propias del marketing relacional. De la capacidad de las universidades para comprometer y retener a las empresas a las que derivar sus alumnos dependerá en gran medida el éxito de la propia universidad.
Sin duda se trata de un sistema que funciona y ofrece buenos resultados en términos de eficiencia. Con todo, en mi opinión, se trata de un modelo que, a pesar de sus múltiples ventajas, presenta también el riesgo de convertir la relación universidad-empresa en una relación mercantilizada en exceso, que lleve a las universidades a orientar su actividad hacia un enfoque meramente utilitarista.
La misión de las universidades no es sólo, aunque también, la de generar profesionales cualificados para atender las demandas del mercado. Las universidades tienen la función de formar a personas, generar pensamiento crítico, sentido del deber y compromiso con el bien común. Personas al fin que no sólo sepan ganarse la vida, generar riqueza y aportar lo mejor de sí como buenos profesionales, sino también personas capaces de pensar, con iniciativa para innovar y ser fuentes de participación y de compromiso social, de sostenibilidad con el medioambiente y de solidaridad con los más desfavorecidos.
Las universidades son, en fin, espacios de convivencia e interacción, de reflexión y debate, también en materias que en principio pudieran parecer ajenas a las demandas de las empresas. Nada más lejos de la realidad. Las empresas no sólo precisan de profesionales que dispongan de las destrezas y habilidades propias de su puesto de trabajo, sino que cada vez más demandan a personas íntegras, solidarias, con compromiso social y cualidades tales como la capacidad de sacrificio, de debatir ideas y de liderar equipos.
De otro lado, un modelo de cooperación en el que sea la propia universidad la que lidere la relación y marque sus directrices y requerimientos a las empresas, tampoco puede funcionar de forma óptima. Ello podría llevar, como de hecho es constatable por la experiencia, a una falta de eficiencia por déficit de adaptación de los perfiles profesionales que salgan de nuestras universidades a las demandas del mercado, generando un excedente de profesionales en áreas difícilmente asumibles por el mercado, y un déficit de los perfiles realmente demandados por las empresas.
Se trata, en conclusión, de que, desde una perspectiva igualitaria, universidades y empresas propicien una relación en la que cada cual ponga lo mejor de sí para alcanzar el punto óptimo de cooperación.
Las universidades investigando en aquellos campos del conocimiento susceptibles de generar mayor innovación aplicada, y aportando al mercado personas íntegras, con valores humanos y capacidades suficientes para atender las demandas de las empresas. Y éstas, por su parte, generando espacios y procesos que permitan acoger y formar a los alumnos de manera eficiente y práctica en las destrezas propias de su campo profesional, y orientando a las universidades sobre los ámbitos en los que deben poner un mayor énfasis para atender las necesidades del mercado.