El desarrollo de nuevas competencias en la Educación Superior
Todo lo que nos rodea está cambiando a una velocidad de vértigo. El entorno tecnológico, digital y de la información en el que nos encontramos está exigiendo a nuestra sociedad, y de manera muy especial a nuestras empresas, disponer de una capacidad de adaptación sin precedentes. Éstas, a su vez, están demandando de las universidades y centros de Formación Profesional, una similar capacidad de adaptación al cambio que les permita dotarles de profesionales especializados en áreas de conocimiento totalmente novedosas.
Ante esta realidad, debemos plantearnos dos cuestiones esenciales. La primera, si nuestro sistema educativo es lo suficientemente flexible y ágil para afrontar dicha demanda, y la segunda, cuáles serán las competencias a las que, a tal fin, los centros de Educación Superior deberán hacer frente. Dicho de otro modo, cómo deberá abordar el sistema educativo la necesidad de formar futuros profesionales especializados en conocimientos actualmente inexistentes.
Respecto a la primera cuestión, considero imprescindible avanzar en la compatibilidad de los procesos de control y rendición de cuentas en materia de aseguramiento de la calidad, con la necesaria agilidad en la concesión de las preceptivas acreditaciones para el lanzamiento de los nuevos títulos, o en la adaptación de los títulos ya existentes. Se trata de garantizar la calidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje, evitando al tiempo que una excesiva burocracia termine por imposibilitar la adaptación de la oferta a las nuevas exigencias del mercado en unos plazos razonables. De no conseguirse este objetivo se ocasionaría un grave perjuicio a nuestro sector productivo en términos de competitividad, y nuestras empresas se verían obligadas a buscar el talento que precisan en otros mercados. Adicionalmente, podría darse el caldo de cultivo para la proliferación en el ámbito educativo de títulos propios, no oficiales, desarrollados desde las propias instituciones de Educación Superior con la finalidad de atender esas demandas, compensando, siempre dentro del marco legal, su no reconocimiento oficial, con una elevada calidad percibida por el destinatario final del recurso: las propias empresas. Esta circunstancia ya podemos encontrarla en el caso de los másteres no oficiales impartidos por prestigiosas Escuelas de Negocio, que en muchos casos son mejor valorados por las empresas y aportan de facto un mayor valor a los currículums profesionales que los propios másteres universitarios oficiales.
En lo que respecta a la segunda cuestión planteada, relativa a las competencias en las que deberíamos formar a nuestros estudiantes para atender la futura demanda de las empresas y garantizar su empleabilidad (aspecto nada desdeñable en una economía con tasas de desempleo como la española), será necesario, a mi criterio, actuar en las siguientes líneas prioritarias:
En primer lugar, potenciar los ciclos superiores de Formación Profesional con una orientación más clara hacia el mundo de las empresas, buscando espacios comunes de colaboración (FP Dual). Se hace precisa una mayor apuesta de las administraciones en este campo, favoreciendo la implantación de un modelo similar al alemán o, en clave nacional, al sistema vasco.
En la actualidad se aprecia un cierto desfase entre la cualificación de los estudiantes, muchas veces sobre-cualificados, y las necesidades de las empresas, que con frecuencia encuentran dificultades a la hora de conseguir los perfiles requeridos, lo que es muestra de la disociación existente entre las titulaciones ofertadas y las necesidades reales del mercado. Ello sucede en la FP en menor medida que en el campo universitario, dada su mayor capacidad de adaptación a los cambios y a su vinculación intrínseca con el mundo laboral.
En segundo lugar, es preciso orientar el primer ciclo (grados universitarios), dentro de cada titulación y área de conocimiento, a la adquisición de competencias clave, destrezas y habilidades genéricas y transversales propias de la materia cursada. Se trata de dotar a los estudiantes y futuros profesionales de pensamiento crítico, de enseñarles a abordar problemas y a ser creativos e innovadores en su campo del conocimiento, a trabajar en equipo y a saber liderarlos, a ser adaptables a diferentes entornos y situaciones, a gestionar el trabajo en entornos de presión, etc. Destrezas todas ellas que deberían ir aderezadas con una formación basada en valores humanos esenciales, como la responsabilidad, el espíritu de sacrificio, la solidaridad o el bien común.
Esta base de conocimiento y de adquisición de competencias clave en la materia cursada, en donde deberían jugar un papel importante aspectos vinculados a las humanidades, servirán de pilar para el desarrollo posterior de las destrezas específicas que el mercado demande en cada momento, y que podrán adquirirse en menciones concretas dentro del propio grado, en posgrados especializados, o incluso en los períodos formativos de las propias empresas.
En tercer lugar, se debería apostar por el segundo ciclo (posgrados universitarios) como verdadera fuente de especialización y de capacitación real para la inserción laboral. Es incuestionable que los másteres presentan una mayor capacidad de adaptación que los grados universitarios, por lo que resultan ser un magnífico y necesario instrumento de especialización.
A ello deberíamos añadir la promoción de otras líneas de extensión universitaria, tales como las orientadas a la promoción del emprendimiento, al aprendizaje de idiomas o a la realización de prácticas con contrato en empresas, entre otras.
En cuarto lugar, considero necesario promover un tercer ciclo (doctorado) más orientado hacia la investigación aplicada que a la meramente fundamental o académica, buscando dar soluciones innovadoras en materia de cooperación, transferencia del conocimiento y consultoría entre universidades y empresas.
Finalmente, resulta a mi criterio fundamental trabajar, desde las edades más tempranas, por generar vocaciones y cultura tanto en el ámbito empresarial, como fuente de desarrollo de nuestro tejido productivo, como en las áreas tecnológicas vinculadas a los sectores de desarrollo estratégico de nuestra economía. Prueba de la necesidad de avanzar en esta línea es que en España sólo uno de cada cuatro estudiantes cursa actualmente una titulación STEM (Ciencias, Tecnología, Ingenierías y Matemáticas), campos de alta demanda por parte de las empresas.
Sólo apostando decididamente por estas medidas seremos capaces de adaptar nuestro modelo educativo y productivo a las nuevas realidades derivadas de la revolución 4.0, y de afrontar con garantías los nuevos y apasionantes retos que tenemos por delante.