El fantasma de Canterville
En un pasado encuentro celebrado en Budapest con colegas del mundo universitario, en el marco de una amena y distendida conversación, surgió la recurrente cuestión de si nos encontramos o no ante el riesgo de sufrir, de manera más o menos inminente, los efectos de una nueva crisis económica de consecuencias impredecibles.
En el supuesto de que así fuera, llovería sobre mojado. Estamos aún recuperándonos de los graves daños que, en todos los órdenes, generó la pasada crisis económica, cuando ya nos estamos poniendo de nuevo en lo peor. Y no es para menos. Han sido muy graves las consecuencias de una crisis que ha hecho tambalear nuestro sistema financiero, ha herido de muerte a nuestra clase media, ha destrozado a familias enteras que han quedado sin empleo y, en muchos casos, sin recursos ni vivienda, y ha fomentado, como consecuencia de lo anterior, el auge de los populismos en el ámbito político.
Opiniones sobre lo que está por venir las hay para todos los gustos. Sin embargo, es unánime la preocupación por las graves consecuencias que tendría vernos abocados a afrontar una nueva crisis sin estar plenamente recuperados de la anterior. De nuevo, se nos ha aparecido el “fantasma de la crisis”.
Ante esta coyuntura, es fundamental actuar con cabeza. Sería tan inconsciente hacer como si nada pasara, como dejarnos arrastrar por el pánico. Hay que prepararse para lo que pueda venir, pero sin temores infundados. Caer en la tentación de salir corriendo ante la visión de lo que he denominado el “fantasma de la crisis”, solo puede derivar en un agravamiento del problema, lo que indefectiblemente vendría en forma de contención del gasto por parte de las empresas, y del consumo de los particulares, lo que, a la postre, terminará por paralizar la economía, con sus predecibles derivadas en pérdida de empleo.
Ante este panorama, se hace preciso reconocer la situación, valorar el riesgo y preparar planes de contingencia, pero manteniendo siempre la cabeza fría. Unas decisiones precipitadas de contención de la actividad, de paralización de inversiones y de ajuste de presupuestos y costes, no harían más que agravar la situación y propiciar que el referido “fantasma” tuviera más fácil alcanzar sus perversos objetivos.
Considerando este último planteamiento, me vino a la mente el famoso cuento del poeta británico-irlandés Oscar Wilde, titulado El fantasma de Canterville, por todos conocido.
Dicho cuento se basa en la historia de una familia estadounidense que adquiere el castillo de Canterville, situado en un hermoso lugar en la campiña inglesa. Mr. Otis se traslada con su familia al castillo, cuando Canterville, su anterior dueño, le advierte de que el fantasma sir Simon de Canterville anda en el edificio desde hace 300 años como pena por asesinar a su esposa lady Eleonore de Canterville. Mr. Otis, estadounidense moderno y práctico, desoye sus advertencias. Así, con su esposa Lucrecia, el hijo mayor Washington, la hermosa hija Virginia y dos traviesos gemelos, se mudan a la mansión, burlándose constantemente del fantasma y haciendo caso omiso, con su indiferencia, ante los sucesos paranormales que sucedían en la casa. El fantasma, que no logra asustarlos, pasa a ser víctima de las bromas de los terribles gemelos y del pragmatismo de todos los miembros de la familia, cayendo en depresión, hasta que finalmente, con ayuda de Virginia, quien se apena del fantasma, logra alcanzar la paz de la muerte.
Del mismo modo que Mr. Otis, por su pragmatismo, o que los traviesos gemelos de Canterville, por su inconsciencia, no se tomaron en serio al fantasma, impidiendo con ello que éste pudiera llevar a término sus planes, si empresas y consumidores logramos evitar caer en un miedo paralizante de lo que esté por venir, podremos estar ayudando, cuanto menos, a retrasarlo o a paliar sus efectos negativos.
Lo que tenga que venir vendrá. En opinión de quien suscribe, más en forma de desaceleración que de una nueva crisis económica de características similares a la recientemente padecida. Pero lo que es seguro es que, si los inversores siguen invirtiendo, las empresas produciendo y los clientes consumiendo y adquiriendo sus productos, la temida crisis, cual fantasma de Canterville, tendrá mucho más complicado arrastrarnos hacia un nuevo precipicio.