Europa, quo vadis?
Son evidentes los grandes riesgos que corre el proyecto europeo de sufrir un colapso de consecuencias impredecibles. El auge de los nacionalismos y populismos, la cuestión de la inmigración, o las consecuencias finales del interminable proceso de salida del Reino Unido del club comunitario, son solo algunos de los peligros que acechan a un proyecto de Unión Europea que parece haber perdido gran parte de su crédito entre la ciudadanía.
La lejanía y el recelo con las que son concebidas, por un creciente número de personas, las directrices e iniciativas provenientes de Bruselas, muchas veces consecuencia del exceso de burocracia que rodea su aparato y de una evidente falta de comunicación, hacen que el ideal de una Europa unida se torne cada vez más lejano y utópico para el europeo de a pie.
Ante esto se hace necesario repensar hacia dónde queremos ir y qué queremos que sea Europa en el futuro. Si como algunos plantean debemos seguir avanzando hacia un modelo de más unión en todos los órdenes, con una mayor cesión de soberanía por parte de los estados, o como propugnan otros, limitar el proyecto comunitario a una unión centrada en el mero intercambio de bienes y de personas que resulte comúnmente beneficiosa desde una perspectiva de praxis económica, devolviendo a dichos estados su papel protagonista.
En este orden de cosas, y en pleno momento de renovación y de cambio de ciclo dentro de las instituciones comunitarias, el Consejo de Europa ha abierto un debate sobre las líneas que deben conformar la Agenda Estratégica 2019-2024 de la Unión, tomando como base una serie de objetivos que considera de prioritaria consecución.
El primero de dichos objetivos estratégicos se centra en la protección de la libertad de los ciudadanos, lo que desarrolla en diversos puntos basados en el aseguramiento de la seguridad común, la regulación del tráfico migratorio, la salvaguardia de la democracia y la protección de los valores y libertades que sustentan el proyecto europeo. Según esta línea estratégica, Europa deberá conformarse al mismo tiempo como un espacio de libertad y de seguridad.
En segundo lugar, la definición de un modelo económico europeo. Propiciar una Europa próspera en un mundo global, capaz de competir con los nuevos mercados emergentes, y que fomente la educación, la investigación y la innovación.
Todo ello haciendo al mismo tiempo frente a los retos derivados del cambio tecnológico y del desarrollo sostenible, propiciando la cohesión social, y apostando por la cultura europea y la salvaguarda de nuestro modo de vida.
Finalmente, una última línea de trabajo consistirá en la promoción de los intereses europeos en el resto del mundo. Solo una Europa unida y capaz defender con determinación sus intereses económicos, políticos y de seguridad, podrá recuperar su histórico papel protagonista en la escena internacional. Una Unión Europea que asegure la coherencia y efectividad de su política exterior y su posición de actor global en el nuevo contexto estratégico, propiciando para ello una defensa común propia dentro de la OTAN.
Europa debe seguir siendo valedora en el mundo de un estilo de vida basado en la libertad y en los principios democráticos. Y hacerlo, sin complejos, en un marco de legítima seguridad y de defensa de sus propios intereses en la escena internacional.
Para ello, muy especialmente en estos momentos de incertidumbre en los que vive el proyecto europeo, se hace más necesario que nunca recuperar los valores y los principios que inspiraron a sus padres fundadores. Líderes como Schuman, Gasperi, Adenauer o Monnet, quienes, desde una visión cristiana de la existencia, propiciaron la formación de una Europa unida, próspera y garante de nuestras libertades y derechos.