Un futuro para nuestros jóvenes
Para quienes desarrollamos nuestra actividad profesional en el campo de la educación, sea desde la gestión directiva o desde la función docente e investigadora, es no solo enriquecedor, sino absolutamente necesario, mantener vínculos permanentes con el alumnado.
Para ofrecer un servicio educativo eficiente, que redunde en la cualificación y capacitación de nuestros jóvenes, es preciso conocer qué les mueve, ilusiona y motiva. Cuáles son sus inquietudes y preocupaciones, sus ansias y esperanzas.
En una reciente dinámica del Programa de Excelencia del CEU sobre el futuro de la universidad, tuve la ocasión de debatir e intercambiar ideas con unos jóvenes altamente preparados, cualificados y con las ideas muy claras de lo que quieren ser en la vida.
Todos ellos coincidieron en valorar una formación de proximidad y personalizada, rica en ambiente y vida universitaria, al tiempo que tecnológicamente avanzada y adaptada a los tiempos que corren. Por lo general, coincidían igualmente en asumir la importancia de la movilidad internacional, así como de adquirir, más allá de conocimientos meramente utilitaristas y cambiantes, unas destrezas permanentes que les ayuden a desarrollar su sentido crítico y su capacidad de afrontar situaciones complejas.
Pude conocer a jóvenes con gran potencial, esforzados y preocupados por mejorar el mundo que les rodea. Personas con elevados valores e ideales, deseosas de superarse y de saber, que se preguntan cosas, buscan respuestas y asombrarse con ellas.
De entre ellos, algunos mostraban inquietudes por emprender, apuntando maneras y madera de futuros empresarios. Otros, se preparaban para conquistar el trabajo de sus sueños en una empresa de su sector. Todos ellos, con el denominador común de buscar labrarse un futuro en un entorno, el que les ha tocado vivir, altamente cambiante e imprevisible, y en el que el acceso al mercado laboral resulta una tarea ciertamente compleja. Nada que ver, desde luego, con esa juventud apática, indiferente, cargada de rencor y desesperanza en la que algunos quieren encasillarles, tildándola de eslabón perdido. Nada de esa juventud con vocación de subsidio y esquiva al esfuerzo que algunos quieren dibujar.
Los jóvenes son, por propia naturaleza, esencialmente optimistas y confiados. Su escasa experiencia vital les hace vivir despreocupados ante los múltiples peligros que acechan a toda persona con solo poner un pie en la calle. Precisamente ese optimismo, no falto de sana inocencia, es el que les lleva a luchar por conseguir sus sueños sin caer en la desesperanza o la frustración.
Nuestra misión será ayudarles a descubrir su vocación. Nuestro deber, acompañarles en ese camino y darles el primer empujón que precisan para despegar, volar y llegar hasta donde les lleven sus sueños.
Nuestra responsabilidad, trabajar por generar las condiciones adecuadas para que puedan tener acceso a un primer empleo que les permita adquirir la experiencia profesional que ansían y demostrar lo aprendido tras duros años de estudio y preparación.
De ellos es el futuro. Pero a nosotros nos corresponde propiciar que universidades y empresas sepan combinar esfuerzos y generar modelos cooperativos de éxito que faciliten el acceso al mercado laboral de nuestros jóvenes. Las entidades educativas, dotando a sus estudiantes de los conocimientos, competencias, habilidades y destrezas que las empresas demandan, y éstas, orientando sus esfuerzos a la generación de oportunidades de captación de nuevo talento en sus plantillas.
Cualquier esfuerzo que realicemos en este empeño no será en vano. Cada sueño roto, cada ilusión frustrada, es un daño imposible de reemplazar.