Pasa la vida
Pasa la vida y no has notado que has vivido, que diría la famosa sevillana. Parece que los años vuelan.
Esta evidencia se hace especialmente palpable en quienes contamos los años por ejercicios y, con ello, por cuentas y presupuestos anuales.
Cada ejercicio económico se nos presenta como un nuevo reto, cargado de objetivos por cumplir y proyectos que realizar.
Junto a los habituales y renovados propósitos, y a las nuevas oportunidades que el nuevo período pueda generar y propiciar, empresarios y directivos deben cada año hacer frente a nuevas amenazas e incertidumbres. Bien conocen, muchos por propia experiencia, que el camino del crecimiento y del éxito empresarial no está exento de obstáculos, y que ante una dura caída solo resta levantarse y seguir caminando.
Ese permanente avanzar y mirar hacia adelante, propicia que el tiempo pase a gran velocidad, casi sin darnos cuenta. Sensación que, en el caso del empresario o directivo, se ve sin duda favorecida por la praxis de la planificación estratégica, en la que los horizontes temporales son cada vez más amplios y a más años vista. Así, hablamos del año 2030 como si ya viviéramos en él, cuando hace nada teníamos al 2020 como horizonte a medio plazo.
Al tomar consciencia del avance inexorable del tiempo, nuestra vida se torna cada vez más fugaz. La finitud del tiempo nos invitará a dejar muchos sueños y proyectos en el camino, dejando a otros el testigo de continuar con nuestros afanes.
Ante esta realidad, resulta del todo recomendable hacer una parada en el camino. Preguntarnos por lo conseguido, y por todo lo mucho que nos queda por hacer.
Hacer balance de lo realizado, al tiempo que soñamos con desarrollar nuevos proyectos y alcanzar nuevas metas. Ese nuevo proyecto empresarial que nos ronda la mente, ese nuevo mercado al que expandir nuestro negocio y al que ofrecer nuestros productos, o aquella idea innovadora capaz de situar nuestra empresa a la vanguardia del sector.
Al final, lo relevante es que cada cual, al final de ese camino, pueda tomar conciencia de haber cumplido con su misión. De haber sido fiel a “ese germen que llevas dentro de ti y en el que todo te parece atractivo”, como diría el sacerdote Jesuita Ángel Ayala, o con la “voz interior” a la que se refería Marañón. Una voz interior que constituye la propia y personalísima vocación para la que todo hombre es llamado.
Solo identificando y siendo fieles a nuestra vocación, seremos capaces de responder a esa llamada interior y de alcanzar la satisfacción del deber realizado. Preguntémonos si, entre tanto ruido y tan frenética actividad, estamos en condiciones de escucharla y de seguirla.
Hagamos esa parada en el camino, para mañana, de nuevo, ponernos en marcha y trabajar, sacrificada y decididamente, por cumplir nuestras metas y más íntimos anhelos.
Porque, como escribió el poeta, “pasa la vida, igual que pasa la corriente del río, cuando busca el mar”.