Resiliencia en tiempos de crisis
Vivimos momentos extraños. Quizá la extrañeza defina bien lo que estamos padeciendo, tanto particulares como empresas, a causa de una pandemia que está llevando a nuestra sociedad a una situación de parálisis sin precedentes, con consecuencias impredecibles para la salud pública y para la economía.
Quienes hemos tenido la suerte de haber vivido, durante toda nuestra existencia, en tiempos de paz y sin especiales sobresaltos, nos parece sorprendente vernos privados, de forma tan radical, de nuestra libertad de acción y de movimientos. Nada comparable, en cualquier caso, con la experiencia de quienes, por querencias del destino, han tenido que experimentar en sus vidas situaciones dramáticas consecuencia de conflictos armados o de catástrofes naturales.
Tenemos la mala costumbre de no valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos. Sólo cuando salimos de nuestra zona de confort y nos vemos envueltos en situaciones dolorosas, complejas e inesperadas, solemos darnos cuenta de lo bien que nos ha tratado la vida.
Cuestiones tan simples como poder movernos libremente, pasear por la calle, disfrutar de una cena con los amigos, organizar una escapada con la familia, asistir a la misa dominical, o poder abrazar y besar a quienes queremos y nos quieren, son ahora sentidas y ansiadas como el mayor de los tesoros.
Sin duda, somos gente afortunada de vivir en una sociedad que nos ofrece oportunidades, seguridad y un marco de libertades que parece sólo valoramos cuando, en situaciones como la presente, se nos ven coartadas. Pero, quizá, seamos también personas más débiles y con menor capacidad de sufrimiento y de afrontar situaciones extremas.
La forma en que cada cual afronta los momentos complejos de su vida, y cómo cada persona reacciona ante las situaciones de dificultad, dependen en gran medida de su capacidad de resiliencia, aquella que permite al individuo adaptarse y superar la adversidad. Dicha capacidad variará en función de las características vitales y experienciales de la persona. De este modo, una persona acostumbrada a vivir en un ambiente de necesidad, de riesgo o de carencias afectivas o materiales, afrontará las desgracias de forma distinta a las de un individuo cuya vida se haya desenvuelto en un clima de bienestar, seguridad y afectividad.
Algo similar cabría decir de los empresarios. La capacidad de sacrificio y de afrontar situaciones críticas es una virtud del emprendedor de raza, que no se amilana ante la adversidad del entorno ni ante el propio fracaso, y para quien toda crisis es una oportunidad para aprender, rehacerse, innovar y acometer nuevas metas.
De todo esto se sale, y de todo se aprende. En toda experiencia, por muy negativa que nos parezca, siempre hay aspectos positivos que pueden servirnos para hacernos mejores personas y, por extensión, mejores profesionales. Estará en cada cual descubrirlos y aprovecharlos.