El camino hacia nuestras metas
El proceso a través del cual un empresario o un directivo debe decidir entre dos o más alternativas se denomina en la literatura del management, “proceso de toma de decisiones”. Este proceso debe estar encaminado a la consecución de uno o más objetivos perfectamente definidos. La claridad de estos objetivos permitirá, en cada fase de ese proceso, tomar la decisión adecuada para, al final, conseguir “la meta”.
Podemos ver la función directiva como algo parecido a una acción que nos transporta desde una situación actual a una nueva situación deseada, a través de unos objetivos parciales que nos van acercando al destino fijado. Para recorrer este camino, el directivo deberá utilizar el vehículo de la “racionalidad”, donde llevará en el maletero sus conocimientos, sus habilidades y sus actitudes.
Llegados a este punto cabe preguntar: ¿Dónde están los límites de un directivo para poder llevar a su organización a alcanzar sus objetivos? ¿Hay límites o debemos aceptar que el fin justifica los medios? Si la función directiva es un camino que recorremos en un vehículo llamado “racionalidad”, ¿podremos tomar atajos?, ¿podremos salir de nuestro camino libremente? Evidentemente, la respuesta es NO. Nuestro camino hacia la meta debe estar, al menos, limitado por dos líneas que nos deben guiar durante todo nuestro recorrido.
Por un lado, contamos con una línea que a veces estará muy claramente definida y otras veces no. Es la línea de la “legalidad”. El ordenamiento jurídico debe suponer un límite infranqueable. Si hacemos trampa y nos saltamos esa línea puede que no ocurra nada, a no ser que nos descubran los vigilantes de la línea “legalidad”. En ese caso nos cogerán, nos penalizarán y nos devolverán al camino, salvo si nos saltamos la línea en un tramo en el que invadimos el camino de otros. En ese caso nos podrán, incluso, apartar de nuestro camino.
Por otro lado, contamos con otra línea, que estará más o menos difusa dependiendo de nosotros mismos. Es la línea de nuestros “valores”. No hay normas escritas que regulen nuestros valores. Éstos los hemos aprendido por tradición, por contagio, de nuestros padres, de nuestros abuelos, de nuestros maestros, de nuestro entorno… Los hemos interiorizado, condicionando así nuestra conducta. Si traspasamos esa línea nadie vendrá a penalizarnos. La única persona que es capaz de penalizar esta vulneración somos nosotros mismos, a través de la insatisfacción personal, los remordimientos o la falta de paz interior.
Por tanto, nuestro camino hacia nuestros objetivos estará delimitado por estas líneas. Esos caminos no son autopistas de asfalto con ligeras curvas y suaves pendientes, sino que suelen ser caminos tortuosos y encrespados, con un firme lleno de piedras que a veces nos pondrán a prueba y nos tentarán a coger algún atajo y cortar caminos, vulnerando una de las dos líneas que guían nuestra ruta.
No obstante, como empresario o directivo, solo disfrutaremos de haber alcanzado nuestros objetivos si hemos jugado limpio, aceptando las normas y los límites que todos debemos aceptar. Ese terreno de juego es lo suficientemente grande como para no tener nunca que salirnos de él. Lo curioso es que en nuestra vida personal ocurre lo mismo.