La contabilidad y los vasitos de yogur
Desde que finalicé mis estudios de económicas y empresariales, la contabilidad me ha cautivado como sistema de información de gobernantes y mercaderes que ha perdurado durante unos 5000 años hasta nuestros días. La contabilidad no deja de ser un conjunto de técnicas y normas encaminadas a recolectar, clasificar, registrar y resumir hechos de naturaleza económica, para luego poder tomar decisiones.
Los empresarios, directivos e inversores suelen manejar una serie de términos relacionados con la contabilidad, como son “Activo”, “Pasivo”, “Beneficio”, “Balance”, “Margen”, “Capital”, “Ebitda”, etc. Al fin y al cabo, la contabilidad es el lenguaje de los negocios.
En todos los cursos de contabilidad ponemos mucho empeño en distinguir entre el beneficio y la tesorería. El beneficio como fruto de comparar la corriente de ingresos y la de gastos, y la tesorería como fruto de la comparación de los cobros y los pagos.
Es fundamental distinguir ambas magnitudes, ya que pueden existir empresas con grandes beneficios que se ven obligadas a solicitar la declaración del concurso de acreedores por falta de liquidez y, por el contrario, pueden existir empresas que, estando en pérdidas, cuentan con una tesorería suficiente para mantener los pagos en su fecha. El control de la tesorería es fundamental para que las empresas perduren en el tiempo y, por ello, quiero compartir un caso real y curioso.
Hace tiempo, cuando vivía en mi pueblo, solía frecuentar una barbería cercana a mi casa donde el barbero/peluquero me cortaba el pelo con frecuencia. Mi relación con él llegó a ser de confianza y ello llevó a que un día, sabiendo a lo que me dedicaba, me confesara cómo era la contabilidad de su barbería. Confesión que paso a contarles.
En un lateral del local tenía una hornacina cubierta con una tela que hacía de cortina. Se acercó a ella y corrió la cortina hacia un lado. Yo miré dentro de la hornacina esperando ver algún libro de contabilidad o el llamado libro de ingresos y gastos que debían cumplimentar los empresarios autónomos. Nada de ello. En su lugar guardaba un conjunto de vasitos de yogur. Le pregunté que qué era aquello, y con total claridad y convicción me explicó: ¡Mira, Andrés! En mi casa mis hijos suelen tomar yogur, yo limpio y guardo algunos de los recipientes de yogur vacíos y el día 1 de cada mes pongo en esta estantería seis vasitos de yogur. Cada uno los etiqueto con los tipos de gastos que tengo en ese mes, así tengo un vasito de yogur donde pone “autónomos”, otro en el que dice “electricidad”, y otros donde pongo “alquiler”, “agua”, “impuestos” y “consumibles”, este último hace referencia a jabón de afeitar, cuchillas, colonia… propios de una barbería.
Era un negocio austero, donde solo trabajaba el propietario y éste gastaba solo lo indispensable, por ello solo tenía esos gastos habituales.
Diariamente, a la hora de cerrar la barbería, tomaba el dinero recaudado y rellenaba cada vasito con el importe diario que estimaba para cada gasto y lo que sobraba, si sobraba, se lo llevaba para su casa. De esa forma conseguía que cuando llegaba el pago del recibo de autónomos, o el recibo de la electricidad, ya tenía reservado el dinero para pagarlo y así nunca se gastaba en su casa más de lo que le permitía su negocio.
Toda una lección de previsión y de técnica contable doméstica. Si Fray Luca Pacioli levantara la cabeza, seguro que hubiera tomado buena nota de ello.