Cuesta abajo
Hace unos años, mi amigo Antonio Montero se lanzó a hacer el Camino de Santiago. A la vuelta de su larga peregrinación me narraba las dificultades y las recompensas de llevar a cabo tal experiencia. Recuerdo sus palabras afirmando que donde peor lo pasaba era en las “cuestas abajo”, en las que los músculos de las piernas trabajaban con más dificultad y riesgo que en una llanura o, incluso, que en la subida de un monte.
Este comentario de mi amigo me hizo recordar que, al igual que ocurre en los montes del Camino de Santiago, ocurre en las empresas, que experimentan cómo la trayectoria de los costes totales no es la misma si estamos en una fase de aumento del volumen de producción que en una fase de reducción del mismo. Es lo que se conoce como histéresis de los costes (Cost Hysteresis). Este fenómeno se produce como consecuencia de los costes fijos de las empresas, que juegan un papel positivo importante en la creación de economías de escala cuando se crece, pero cuando se decrece el efecto es el contrario, ya que hacen que los costes totales sean superiores a los que corresponderían a un determinado volumen de actividad en fase de crecimiento.
A nivel macroeconómico podríamos establecer también cierta similitud, ya que en nuestro sistema económico parece que todo va bien cuando se crece; sin embargo, niveles negativos de crecimiento son considerados como “crisis”, “desequilibrio”, “crac”, “recesión”, o “depresión”, por los efectos negativos que produce en el bienestar de la sociedad.
Igualmente, todos estos hechos nos hacen mirar a lo que ocurre en nuestras propias vidas, donde experimentar una “cuesta abajo” no es más que un proceso de dificultad que se puede manifestar en múltiples aspectos: una pérdida, una carencia, una imposibilidad, etc. Cualquiera de las cuestas abajo por las que atravesemos en nuestras vidas son dolorosas y hay que afrontarlas con la mayor de nuestras energías, pero debemos ser conscientes de que los “costes fijos” de nuestra vida son un lastre y hacen más difícil afrontarlas.
La recomendación inmediata es que deberíamos vivir la vida “ligeros de equipaje”, bien pertrechados con la virtud del desprendimiento, la austeridad y la generosidad. Haciendo una similitud con las empresas, debemos tomar nota e ir por la vida con pocos costes fijos. Por tanto, desprendámonos de los bienes innecesarios, de las vanidades, de los odios y rencores, de las inseguridades, de las arrogancias, o de tantas otras muchas cosas que dificultan nuestra vida y, sobre todo, nuestras cuestas abajo. El paso siguiente ya no sería ir ligero de equipaje sino ser ligero de equipaje. ¡A por ello!