El poder de la palabra
Hay tres formas básicas para influir en los pensamientos, los sentimientos y las emociones de otra persona: el ejemplo, la palabra y la música.
Tradicionalmente, se ha admitido que la mejor forma de influir ha sido el ejemplo. Le atribuyen a Albert Einstein la famosa frase que dice: “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, es la única” y, sinceramente, creo que durante un tiempo ha podido ser así. La sociedad contaba con unos valores que primaban: la honestidad, la sabiduría, la sinceridad, la coherencia… Los líderes que contaban con estos valores eran admirados, respetados y seguidos.
Creo que hoy es diferente, hoy hay líderes de masas -políticos, actores, cantantes o influencers, celebrities…- que son reconocidos por no haber sido formados para su desempeño, por decir cosas que no son ciertas o ser un claro ejemplo de incoherencia, diciendo una cosa y haciendo otra. El ejemplo ya no es necesario y entra en crisis.
Sin embargo, la palabra sigue guardando un gran poder. El poder de la oratoria fue muy reconocido ya en Atenas, donde los asuntos de Estado o de justicia se discernían después de haber oído discursos. Fueron famosos e influyentes los oradores griegos Demóstenes, Pericles, Cleón, Lisias e Iseo. Hoy día, dentro del poder de la oratoria está muy valorada la capacidad de persuasión. Bill Gates llegó a calificar a Adolfo Suarez como uno de sus héroes personales, por sus capacidades de negociación y de persuasión. La persuasión no es más que la capacidad de convencer a otro para que piense o actúe de una forma determinada. En realidad, es un poder importante.
La palabra, como toda arma, será buena o mala dependiendo del uso que hagamos de ella. El don de la comunicación no es ni bueno ni malo, habrá que calificarlo en el momento que se haga uso de ese don. Recordemos la frase de la película Spiderman, en la que el tío Ben le decía a Peter Parker: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
Teniendo en cuenta esto, según se utilice la palabra caben distinguir dos métodos de argumentación: “Razonar con la palabra” y “Racionalizar con la palabra”. Aquí la RAE no me apoya en la distinción que hago de ambas palabras, ya que en su definición deja un territorio común entre ambas y, por ello, les aclaro cuál sería mi definición de ambas capacidades personales:
- Razonar: establecer varias hipótesis y, con base en ellas, llegar a una conclusión.
- Racionalizar: establecer una conclusión y, a partir de ella, construir una serie de argumentos que lo justifican.
El gran riesgo de la utilización de la palabra hoy día es el abuso de la racionalización en detrimento del razonamiento. La racionalización permite anclarse en determinadas posiciones de conducta o de pensamiento y encontrar mil y un argumentos para justificarlos. Las personas que racionalizan desarrollan una gran capacidad de construir castillos en pro de su idea preconcebida.
El razonar es otra cosa distinta. Es un proceso intelectual que está muy ligado a la lógica filosófica, y permite a quienes lo practican llegar a conclusiones no preconcebidas. Es un proceso para el que se necesitan grandes dosis de inteligencia y de humildad intelectual.
Les invito a que la próxima vez que escuchen a un orador, discriminen qué método de persuasión está siguiendo, el razonamiento o la racionalización. De la música les hablaré en otro momento.