Hubo un tiempo…
Hubo una vez un tiempo en el que éramos felices. No sé si esta afirmación responde a lo que puedan pensar algunos de los lectores de este blog, pero creo que muchos de vosotros estaréis de acuerdo conmigo.
Hubo un tiempo en el que gozábamos de vitalidad física y emocional, de alegría sin medida. Nuestra energía vital nos hacía estar dispuesto a acometer cualquier actividad.
Hubo un tiempo en el que disfrutábamos de TODOS los seres queridos que habíamos tenido la fortuna de conocer. Todos ellos estaban a nuestro alrededor, en nuestros acontecimientos familiares importantes, cumpleaños, santos, primeras comuniones, Navidades, bodas, bautizos…
Hubo un tiempo en el que nuestros padres dedicaron plenamente su vida a nosotros, y nos sentíamos queridos y protegidos. En este tiempo la tristeza duraba lo que tardaban tus padres en darte un abrazo. ¡Era un tiempo en el que un solo beso significaba tanto!
Hubo un tiempo donde nuestras amistades simplemente estaban allí, sin intereses particulares y sin ninguna necesidad de que nos protegiésemos de nada. Simplemente estaban allí, para disfrutarlos, sin tener que guardar más norma social que el respeto y el cariño.
Hubo un tiempo en los que los miedos eran limitados. Nuestras amenazas solían venir de personajes maléficos de cuentos, que magnificábamos con nuestra imaginación sin límites y que terminaban cuando “comprobábamos” que nuestros padres podían con todos ellos.
Hubo un tiempo en el que nos mostrábamos como éramos, humildes, sencillos, cargados de sueños y ligeros de equipaje.
Hubo un tiempo en el que jugar era una obligación y no jugar un castigo.
Hubo un tiempo en el que nuestras sonrisas no se modulaban y te reías cuando tenías ganas y no lo hacías cuando no las tenías. La espontaneidad te cargaba de sinceridad.
Hubo un tiempo en el que todo era aprendizaje. Todos los días descubríamos muchas cosas nuevas y nuestra boca abierta y la cara de sorpresa eran algo cotidiano.
La infancia es un periodo en el que somos felices sin tener conciencia de ello. La infancia es nuestro auténtico templo de la felicidad del que un día partimos y, aunque sabemos que es imposible volver, siempre nos provoca una sonrisa de paz y serenidad al recordarla. Hoy ha vuelto mi niñez a mi memoria y me siento dichoso.