Nuestros mayores
Una sociedad sana se debe caracterizar, entre otras cosas, por su respeto y reconocimiento hacia sus mayores. Personas que se encuentran en su última etapa vital, momento en el que su aportación a la sociedad no es su productividad sino su sabiduría, experiencia y una prudente valoración de los acontecimientos motivada por su visión amplia a causa de sus años vividos.
Una sociedad que no da valor, no escucha o no respeta a sus mayores no es una sociedad sana ni justa, es una sociedad condenada a repetir gratuitamente algunos errores de su reciente historia y a cometer una tremenda injusticia con aquellos que, antes que nosotros, trabajaron e intentaron dejarnos un mundo mejor.
Nuestros actuales mayores, son personas que, algunos en su infancia, tuvieron que vivir la terrible experiencia de una guerra civil, o la no menos dura etapa de una larga postguerra de aislamiento internacional que motivó, en muchos casos, una infancia llena de escasez.
Los nacidos en aquellos años se caracterizan por haber vivido en una época en la que tocaba trabajar duro y con muchos sacrificios, donde se valoraba la experiencia, donde tenían un fuerte peso social las tradiciones, el honor, la moralidad o la paciencia. Sí, esa paciencia necesaria para entender que nuestras metas no se consiguen de forma inmediata sino que era necesario esforzarse para conseguirlas. Es ya difícil imaginarse esa sociedad sin la inmediatez y la comodidad que hoy tenemos, sin electrodomésticos, sin teléfonos, sin televisiones, sin ordenadores y donde comenzaban a circular algunas radios.
Es cierto que esas generaciones pudieron disfrutar de la expansión y crecimiento económico de los años sesenta pero, al inicio de los setenta, se dio de bruces con la crisis del petróleo de 1973 que frenó en seco el crecimiento experimentado por el PIB en la década anterior. En los años siguientes tuvieron que vivir un periodo de inestabilidad política en España, debido a la transición de una dictadura a un régimen democrático, acompañado de una inflación cercana al 20%, a unas altas tasas de desempleo y, sobre todo, tuvieron que vivir las acciones de distintos grupos terroristas que acabaron con la vida de casi mil personas.
El esfuerzo de todos hizo que esta situación económica y social comenzara a cambiar a inicios de los años 80. Pero en los noventa aguardaba una nueva crisis, la recesión de 1993, llegándose a alcanzar un nivel de desempleo del 24% de la población activa (3,5 millones de personas). Esta crisis obligó al gobierno a devaluar nuestra moneda en tres ocasiones. El fin de la misma comenzó a notarse a partir de 1997.
Pero, a nuestros mayores, aún les quedaba por vivir los atentados de 2001 de las Torres Gemelas de Nueva York y la crisis financiera del 2008.
Y ahora un virus. Un virus que parece diseñado y dirigido contra nuestros mayores. Un virus que no respeta razas, lenguas, creencias o ideas políticas, y que ha convertido a nuestros mayores en la población más vulnerable. Ahora nos toca dar tributo a esa generación a la que se le ha truncado la paz de sus últimos años. Ese tributo pasa por quererlos, acompañarlos, protegerlos y no olvidarlos. Ahora no los podemos abandonar. Es de justicia.